Manifestaciones callejeras, violencia policial y conductores obligados a bailar. Fueron miles los registros ciudadanos que documentaron las distintas aristas del estallido social de 2019, repletando redes sociales con virales protagonizados por personas anónimas, pokemones icónicos, e incluso por gente que no estuvo presente pero “de que estuvo bueno, estuvo bueno”.
Ante el mar de contenido audiovisual que azotó a Internet desde el 18 de octubre, el cineasta Carlos Araya Díaz comenzó a archivar cientos de videos virales sin tener conciencia que ese material daría pie a “El que baila pasa» (2023) , un documental —con tintes de ficción— sobre un ser del más allá vuelve a Chile durante 2019 encarnado en un trabajador que sueña con un estallido. Gracias a Miradoc, la película se estrenó el pasado jueves 13 de junio en salas nacionales.
“Venía de hacer un documental en plano fijo y repetir esa fórmula durante el estallido era impensable. El pulso colectivo de eso que nos arrojó a lo desconocido fue compartido en vertical y todo lo que recolecté y grabé durante el estallido fue en ese formato”, comenta el director a Solo Artistas Chilenos. “Cuando fue apareciendo la posibilidad de hacer una película creí que también era importante poner en crisis la forma de pensar el cine y sus formatos”, afirma.
— ¿Cómo ha sido el feedback a la propuesta de cine vertical?
La respuesta ha sido bipolar: en las salas nos aplauden y en internet nos tiran hate. Pasamos de ganar Mejor Película Nacional en FICValdivia y FICViña a recibir frases de anónimos del tipo “esto no es una película”. Hay que abrazar esa contradicción.
— Otra propuesta clave de la película es su narrativa. ¿Por qué decidiste construir esa historia?
Raúl Ruiz tiene la culpa. En una secuencia de “Cofralandes II: Rostros y rincones” (2002), el narrador —interpretado por Ruiz— le lee titulares de El Mercurio un perro callejero, pero despacito para no despertarlo. “Contaminada la zona más limpia de Chile”, “Comemos pocas legumbres”, “Cielo de iglesia cae sobre fieles”. Eso me llevó al pensar en el Perro Matapacos, al sueño político, el #ChileDespertó, y a la posibilidad de trabajar un tono entre la vigilia y el sueño. Después fui a buscar un registro que había hecho hace tiempo junto a Adolfo Mesías de un conserje del Paseo Ahumada que luchaba por mantenerse despierto. Todas esas piezas cuajaron y abrieron un camino posible para mirar todos esos registros tan cercanos y movilizadores desde una buena distancia.
— Y al momento de compilar esos registros, ¿cómo fue el proceso de seleccionar el material para la película?
Durante las primeras semanas del estallido me lancé a recolectar ese material de forma impulsiva, desde la guata, sin criterio ni punto de vista. Después entendí que todas esas imágenes amateurs contenían mucha complejidad; las decisiones que esas personas habían tomado, el tipo de encuadre, la estabilidad o el pulso tembloroso, quedarse en silencio o incorporar sus voces. Fui agrupando los archivos bajo distintos ejes, apareció una línea central que construía la relación entre ciudadanía e institución y otras capas que fueron complejizando la película desde el humor, la ternura, el delirio, las fricciones de clase y el afecto. En el camino hubieron muchos caminos sin salida, llanto y risa.
De Raúl Ruiz al Sensual Spiderman
Hacer un documental en torno al estallido social —y con fuertes tintes de humor absurdo acerca de la chilenidad— no es una tarea fácil. Por lo mismo, no resulta gratuita la cita de Carlos Araya a Raúl Ruiz, uno de los cineastas chilenos que mejor exploró el absurdismo nacional.
“Me lancé al montaje como un niño jugando en el barro, entre la ilusión y el fracaso aparecieron las contradicciones de los personajes, el humor, la ironía”, detalla el realizador. “Incluso durante algún tiempo la voz de Ruiz estuvo presente en la línea de montaje pero finalmente nos decidimos por otro tipo de registro”, confiesa.
— Previamente mencionaste el segundo capítulo de “Cofralandes” como una influencia basal para esta película. ¿De qué manera te inspiró?
Después del rechazo de la primera propuesta de nueva constitución quedé paralizado y tiempo después me encontré con “Cofralandes” (2002), una obra de Raúl Ruiz financiada por el Ministerio de Educación del gobierno de Ricardo Lagos. Era una película en 4 partes que, en palabras de Ruiz, eran como un libro escolar donde se mezclaba poesía, historias, imágenes, recetas, y mitología. Una obra que más bien fue escondida por la institución que la había financiado porque no promovía a Chile de la forma esperada. Después seguí viendo algunos cortos como “El regreso del amateur de bibliotecas” (1982), “Las soledades” (1992) y “Epistolar” (2002). Esas obras omnívoras construían un Chile onírico, absurdo, disperso, culto y popular, y abrían formas de un trabajo híbrido entre la ficción y lo documental. Ahí encontré una chispa para volver a ver esos registros archivados y descubrir en ellos conexiones que estaban en un segundo plano.
— “El que baila pasa” retrata muchos personajes ‘icónicos’ del estallido social. Figuras como Pareman, Nalcaman y directamente el Sensual Spiderman, no deja de ser llamativo que exista un componente superheroístico en estos íconos. ¿Por qué crees que la revuelta -y su viralización- dio pie a tanto ícono?
Creo que ante el deseo destituyente de la clase política y la ausencia de líderes en la protesta se abrió el espacio para que el malestar social se manifestara de maneras creativas e insospechadas. El estallido le dio sentido y escena a miles de personas que teníamos la necesidad de expresarnos y generar mecanismos para representar la frustración y los deseos individuales y colectivos, incluyendo los superpoderes.
— Otro ícono del estallido que emerge en el documental es el perro Matapacos. Más allá de su nombre -que incluso es impronunciable para algunos periodistas-, ¿por qué crees que resulta una figura controversial para tantas personas?
Creo que se debe a una simplificación burda de la clase política, algunos medios y parte de la sociedad para encapsular el estallido en conceptos como el #Octubrismo. El problema es que ese tipo de juego discursivo bloquea cualquier posibilidad de seguir pensando hacerse cargo de las complejidades del problema que siguen estando latentes, incluso bajo el estado restaurador y policial del presente.
— Tanto en ficción como en documental, hay muchos proyectos cinematográficos en camino referentes a la revuelta y los proyectos de una nueva Constitución. Pero tras dos procesos electorales fallidos, uno podría pensar que Chile —y su audiencia— no quiere saber nada más del estallido social, ¿de qué manera crees que el cine podría ayudar a mantener vivo el debate constitucional?
Creo que a cinco años del estallido recién estamos procesando lo que nos pasó, viendo con un poco de distancia los matices y las contradicciones de todos los giros narrativos que hemos tenido en tan poco tiempo. El estallido está en pugna y significa cosas muy diversas para las personas, los temas pueden tener desgastes por eso hay que volver a mirarlos desde otra forma. No sé si el cine pueda ayudar a mantener vivo el debate constitucional pero al menos puede tensionar los lugares comunes y construir nuevas experiencias para ver la realidad desde otro lugar. Creo que ahí hay un desafío en este presente donde mediáticamente nuestro pasado reciente se está elaborando de una sola manera: la restauradora.
— Y ya para ir cerrando, ¿qué conversaciones te gustaría generar entre el público que irá a ver “El que baila pasa”?
Espero que nos ayude a refrescar la memoria y nos haga preguntarnos con fuerza qué nos pasó, quiénes somos ahora y qué transformaciones políticas podemos imaginar hacia el futuro. Volver a ver esas imágenes tras casi cinco años tal vez puede enfrentarnos a una terapia colectiva que mezcla drama, humor y absurdo. Una experiencia que puede darnos algunas luces para hacer un duelo y salir de este Chile gris que nos tiene bloqueados.
“El que baila pasa” se estrena en cines chilenos el 13 de junio. Distribuye Miradoc.