Fotografía por: Joaquin Cabello @joaquinxcabello
En una noche cargada de nostalgia, Sala Metrónomo se convirtió en el escenario de una explosión emocional, donde las melodías del emo punk chileno revivieron memorias compartidas. Fakie, Peor es Nada y Eimy desataron un torbellino de riffs y letras que resonaron en un grupo de jóvenes que, dos décadas después, aún se siente vibrante y lleno de energía celebrando los 20 años del EP Pasaporte para un sueño (2004).
Atravesar Pío Nono es una locura, cada local vibra con su música, pordioseros anidan sus calles, un epicentro nocturno de la capital acechante. Cruzando a la calle paralela se inunda de una batería y riff poderosos.
Junto a un amigo y en cada camino trazado hacia la fila fuera de Sala Metrónomo en Ernesto Pinto Lagarrigue 179, inunda la mente de recuerdos, fiestas, reencuentros y amistades. Mientras el ritmo de la batería aceleraba, los pies en la fila se agitaban sin cesar. Había latas por doquier, en manos y murallas. Los humos surgían espontáneos, inquietos al igual que cada persona en la fila.
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Acto I
Fakie adentro era una completa locura. Ahora no eran los mendigos ni meseros insistentes en Bellavista, ni los remixes de la música reggaetón, tropical ni electrónica, eran amigos, era toda una generación reunida estallando en la melodía enérgica, atómica, melancólica y corta vena del emo punk chileno.
Sobre el escenario, Andrés Pérez lidera las 4 cuerdas con un precission bass Fender, lleva sobre su espalda el logo de Blink 182, como pólvora y fuego, recuerdos de la infancia, el skate y música californiana covereada en sala de ensayo, alguna casa amiga o en el patio del colegio, son memorias imborrables.
Ver sobre el escenario a Fakie interpreta todos esos códigos y añoranzas que recuerdo, sobre todo, amistades y episodios de una juventud en baúl de recuerdos que se abre de golpe. En 20 años entran infancias y adolescencias, la generación emo reunida aquel sábado por una noche, celebrando dos décadas del Pasaporte por un sueño (2004) de Eimy como en familia, incluso literal entre los artistas.
Tres guitarras de Andrés Zarzar, Sebastián Caicés y Luis Arancibia , una voz visceral de Alejandro Vásquez y el baterista Jorge Ramírez redoblando caja y hi hat, apoyando en las voces, deja una vara alta en el comienzo de esta reunión de bandas amigas. Ya son las cuatro, 500 kms al norte son éxtasis puro, en guitarras distorsionadas y un público exaltado pierdo la noción del tiempo.
Los primeros 45 minutos de sonidos y letras con una identidad tan arraigada entre los espectadores se viven como segundos. La primera parte de la noche está cayendo. Desde atrás un fanático, grita “¡Viernes de nuevo!”, al rato Alejandro Vásquez llama a disfrutar el encore de Fakie, y parafraseándolo, que esta última canción son recuerdos de cuando andaban en skate. Suenan cinco segundos de canción y el fanático irrumpe por mi espalda, corriendo hacia el mosh pues era el frenesí del tema que exclamó que aparecía en escena.
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Acto II
La pequeña pausa entre bandas y los movimientos en masa hacia la barra y zona de fumadores permite evidenciar lo chico que le quedó Sala Metrónomo a esta generación desenfrenada, que se envolvía cada vez más en una catarsis. En el ambiente invade el sentimiento de nostalgia, reencuentro y deja vu de cada persona y sus pasados.
En una sala con luz roja y nubes de humo, Jim Morrison acecha con su mirada desde una muralla, mientras todos conversan, es como si todos los reunidos estuvieran poniéndose al día. Entre ellos la voz de Fakie, quien aún con un dispositivo en su oreja se saca fotos y disfruta con amigos y fanáticos.
¿La pausa llega a su fin o nunca la hubo? “Detén el tiempo, no me siento mal pero recuérdame”, suena uno de los versos de Peor es nada en voz y guitarra de Felipe Amigo. Son sonidos que remueven una memoria que vibra con el bajo de Matías Zamorano en el ambiente y las voces sincronizadas a los cuatro vientos en cada estrofa de canción.
En los alrededores de la sala, los espejos que permiten ver de reojo al escenario dan un plano surreal, como un reflejo hacia memorias del pasado. Distraído entre esas imágenes, estribillos con fuerza arrastran a las masas hacia un vortex de patadas y cuerpos chocando al son de las cuatro cuerdas de Guillermo Cornejo, en un épico reencuentro.
Hielo y Crecer dan la razón a esta explosión espontánea. La guitarra de Tomas Oyarzún violenta y la batería de Sebastián Solar quiere ir a saltar entre la multitud. Sonidos punk, riff poderosos y letras que calan en los 15, 16, 17 años (o más, o menos) que otrora tuvieron los presentes.
La Tabla y cada sonido ácido de las guitarras en escena traen melodías clásicas de un punk rock: “Necesito!, salir a patinar y así dejarlo todo atrás”, es un climax entre las personas que se repite una y otra vez que corre en círculos, choca y salta sin parar.
Entre otras melodías más suaves y lentas, también representan hits musicales de Peor es Nada. Tal vez o Tiempo para dos, tienen esa transición que nunca abandona su esencia de estribillos vertiginosos.
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Acto III
El patrón se repite, la pausa cuando son las 21:45 aproximadamente y los nuevos movimientos de entrada y salida deja entrever que la sala ya no da más.
Con una puntualidad significativa, cuando cayeron las 22 hrs. Eimy aparece en escena. Como ha sido la tónica de este rencuentro, los 20 años son un desahogo de euforia.
Carlos Contreras en la voz guía al público, quienes gritan a todo pulmón las letras. Pasaporte para un sueño (2024) celebra dos décadas con la celeridad de sus ritmos, a cargo de la batería de Adriano Vera.
Los sonidos en sus primeras canciones traen a escena otras versatilidades, más propias del rock alternativo. Apenas escribo dicho pensamiento en mis notas la multitud enloquece, es Llamada en Espera, una canción que mezcla estos sonidos más alternativos, nunca dejando de ser emo punk.
¡Recuperar! Suena el coro y las masas corren en círculos, saltan y extienden sus brazos al cielo. Toda la narrativa de esta noche no ha sido más que eso, recuperar tiempos perdidos, la música impactando en la memoria colectiva de las almas presentes.
El pelo cubre el rostro de Nicolás Parra, guitarra poseída que se desliza enérgicamente en cada estribillo distorsionado. Agitando su cabeza y azotando el pelo que reposa en su cara, rasguea con violencia las seis cuerdas de su guitarra.
Mauricio Ossa, en el bajo da un espectáculo personal, es que pareciera que el tiempo se congeló desde aquella salida prematura en 2004 para vivir en Estados Unidos, con el calor humano el reencuentro con sus mejores amigos se sella con épica.
A medida que la noche se desvanecía y las últimas notas de Tal como ayer resonaban en la sala, el público se unía en un coro vibrante, recordando que, a pesar del paso del tiempo, la música sigue siendo un refugio y un puente hacia el pasado. En cada acorde y en cada grito compartido, se reafirmó la promesa de que estas memorias nunca se desvanecerán. La magia del emo punk chileno no solo celebró dos décadas de historias, sino que también selló un compromiso eterno con la amistad y la pasión que une a todos aquellos que, en algún momento, encontraron su voz en estas canciones.
“Somos como el hermano menor de las bandas de hoy, incluso yo soy hermano del baterista de Fakie”, dijo Ignacio Ramirez, guitarrista de Eimy, reafirmando una vez más la fraternidad que se generó en este concierto. La Sala Metrónomo no solo fue un lugar, sino un hogar para un legado que perdura, recordándonos que, aunque el tiempo avance, siempre hay espacio para el reencuentro.