La cantautora penquista muestra el resultado de una investigación hecha durante la pandemia por medio de recuerdos, archivos, herencia familiar y colectiva. “No es un disco que hice para hacer crecer mi carrera en términos de números”, señala.
Fotografía por Paula Salazar.
Dulce y Agraz presenta su segundo larga duración titulado Albor, resultado de una investigación hecha por la artista durante la pandemia por medio de recuerdos, archivos, herencia familiar y colectiva.
En esa nueva placa, que fusiona música electrónica, pop y métricas folclóricas, Daniela González -nombre real- plasma sus orígenes del sur de Chile, la sonoridad latinoamericana y las mujeres que han rodeado su vida.
Un viaje experimental en que la cantautora presenta el tracklist como un propio poema, otra de sus pasiones artísticas además de la música y el teatro.
«Para mí, esto es un riesgo. Hice el disco siendo súper consciente de que no iban a ser singles ni hits. En este momento de mi vida estoy dejando de lado las expectativas de éxito, estoy buscando profundizar, estoy estudiando», cuenta González.
En ese sentido, detalla que Albor “no es un disco que hice para hacer crecer mi carrera en términos de números”.
La chilena finalmente revela todo el proceso que significó la lectura sobre la cueca, las escuchas a Villamillie, las anécdotas de su madre y el folclor, las canciones de Belencha, Björk, Camila y Silvio. Un trabajo desarrollado junto a Iván González en la producción, deja como resultado este esperado segundo disco que consagra a Dulce y Agraz como una artista completa y conceptual.