A vista de todo el público, la sociedad chilena ha sido testigo, y casi anfitriona, de las irregularidades del sistema judicial chileno que, al parecer, rinde tributo a sus acreedores antes de ser un procedimiento igualitario, y por sobre todo, justo.
Un hecho que marcó pauta a lo anterior, fue el atropello (con causa de muerte) de Hernán Canales en Curanipe, Región del Maule. Todo en un proceso engorroso que tuvo como protagonista al hijo del ex timonel de RN, Martín Larraín. He aquí el hecho real que fue llevado a la pantalla grande con Aquí no ha pasado nada de Alejandro Fernández.
«Habla de cómo la justicia se construye a partir del poder, y de cómo una clase en Chile tiene todos los privilegios y vive de espaldas a lo que ocurre en el resto del país», señaló su director en una entrevista. El film se centra en Vicente (Agustín Silva), un joven universitario, acomodado y proveniente de una familia que extiende sus veranos entre Papudo y Zapallar, todo al rimo de familias amigas del mismo círculo.
Es durante ese verano que Vicente conoce a Manuel (del mismo círculo), hijo de un poderoso Senador de la República, y que, luego de una noche de excesos y drogas terminan atropellando, y dando muerte, a un transeúnte anónimo, quien pareciera no ser necesaria su identificación. Ante la duda y la incertidumbre de actuar con prolijidad y sensatez, terminan por llevar a Manuel y a su círculo (a raíz de su condición de «hijo de») a culpar al pajarito nuevo: Vicente, con el fin de sobreseer toda culpa al honorable Senador, quien por supuesto, participó desde el anonimato.
Al igual que el caso judicial de Martín Larraín, el poder de las elites chilenas se hace presente y se puede dejar caer encima sobre todo un sistema (Sistema Judicial Chileno), degenerando a su favor y conveniencia, los resultados de un hecho que sólo considerará; aquella verdad es sólo aquella, que es posible probar.
Aquí no ha pasado nada, deja ver una vez más, a través de la puesta en escena, que el sistema judicial chileno es arbitrario y hasta ilícito, y que puede recurrir a prácticas engañosas que pueden llegar a ser tortuosas para quienes se vuelven víctimas de turno, quien, como Vicente, termina siendo el hilo delgado por el cual es más sencillo de cortar. Todo en un cuadro donde pareciera que el fuero parlamentario se hubiese convertido en algo más allá que sólo ciertos privilegios.