Fotografías por @fatalitox
Cerca de dos horas de show, momentos llenos de emotividad, nuevos artefactos, canciones que a estas alturas son clásicos entre la fanaticada y también espacio para nuevas composiciones. Estos fueron algunos elementos que tuvo el último paso del talquino por la capital. Un artista que puede pararse en solitario en un escenario y tener al público en sus manos de principio a fin, con una naturalidad que pocos artistas nacionales pueden imitar.
Un escenario como el Teatro de la Universidad de Chile es el lugar perfecto para albergar conciertos y obras que requieran de una intimidad y complicidad con el público que otras arenas muchas veces no pueden conferir. Es un espacio perfecto para el show que ha entregado un artista como Diego Lorenzini a lo largo de su carrera. En donde las dinámicas son cruciales y el público muchas veces pasa a ser el protagonista por sobre la persona que está en el escenario.
Años atrás tuve la ocasión de presenciar a Lorenzini en un escenario de similares características: el teatro principal de Matucana 100. Ahí pude registrar un show que a estas alturas ya es clásico y conocido para la gente que asiste, pero que en esta ocasión prometía algunos cambios.
Y así fue, sólo cinco minutos después de lo estipulado apareció Diego Lorenzini para tomarse nuevamente este escenario que ya lo había albergado a fines de 2023. Allí lo esperaba un equipo minimalista, compuesto por su ya clásica guitarra acústica y su ukelele, pero también por un pedal looper y una mesa con otros efectos e instrumentos (mención especial a la flauta de nariz).
Un show lleno de emotividad
Es en ese contexto donde un silbido pasado por el pedal looper da inicio a Juana, canción del EP Tres Retratos hasta el Minuto, la cual ya funciona como una clásica obertura para los shows del oriundo de Talca.
En estos primeros minutos el cantautor anticipa: “Este es un show un poquito difícil para mí, por eso necesito que me ayuden”. Luego de tocar Desde la Sartén al Fuego y mientras introducía una de sus canciones más memorables, el artista menciona que su abuela había fallecido recientemente, dándole un tono mucho más emotivo a toda la noche y a la siguiente canción: Tiempos Mozos.
Esta quizás fue la interpretación más cargada de emociones en toda la noche, y una de las más bellas sin duda. Un tema que ya es un clásico y quizás el tema más reconocido de Lorenzini en su trayectoria, pero que esa noche adquirió un significado completamente nuevo.
Este triste acontecimiento fue un motivo que reapareció durante algunas pausas en la velada, y que visiblemente afectó al compositor, el cual poco a poco fue recomponiéndose y recuperando su característica y carismática presencia en el escenario. Seguida de Tiempos Mozos llegó el turno de Me Voy a Valparaíso, otra de las canciones más queridas por el público.
Los hits y lo nuevo
“No me queda otra que recurrir a los hits”, bromeaba Lorenzini en un momento, pero en cierta forma el artista se encuentra en un punto de su carrera en que recurrir a los hits le basta para llenar un escenario. Eso quedó demostrado en el arranque del show, y aunque el propio artista lo reconoció en su momento, es cierto que esta presentación no varía mucho respecto de otros conciertos en el pasado. Esto tampoco tiene que representar algo malo, sino que estamos ante un show íntimo, donde Lorenzini se presenta como un ejército de un sólo hombre pero que es más que suficiente para cautivar al público.
Y es que sucede que ver un show de Diego Lorenzini es mucho más que ir a escuchar sus canciones. Muchas veces también significa ser partícipe y cómplice de confesiones, anécdotas, pensamientos e incluso ayudar con las mismas canciones (haciendo coros, silbando, terminando versos, etc.). En ese sentido, es muy probable que la gente que vaya a esta gira ya tenga una idea de lo que se encontrará con este espectáculo. Pero también es muy probable que la gente vaya para obtener esa experiencia de cercanía con el artista, algo que es muy escaso de ver en otros conciertos.
Dicho todo lo anterior, en esta ocasión también hubo espacio para novedades, y es que Lorenzini también aprovechó para mostrarnos bastante material con el que ha estado trabajando en el último tiempo. “He estado componiendo (…) tengo muchas canciones”, con esas frases daba paso a mostrarnos algunos adelantos de lo que podría tener su próximo larga duración. Composiciones que refuerzan la línea estética y sónica de su material previo, y que tampoco abandona las ingeniosas letras que mezclan lo cotidiano, lo absurdo o lo criollo con tópicos y cuestionamientos plagados de existencialismo y dudas, pero también con muchos toques de humor.
En esa misma línea, uno de los temas nuevos que más enganchó al público relataba un encuentro amoroso entre el presente y el futuro en un baño, mientras que el protagonista esperaba afuera con muchas ganas de entrar. El tema sacaba el máximo provecho de los nuevos “juguetes” que el artista trajo para esta gira, tales como un pedal looper y un teclado marca Casiotone, y que terminó con la euforia del público mientras la canción se transformaba en una rendición de I Want it That Way, de los Backstreet Boys.
Este fue sin duda uno de los momentos más altos del concierto, que dejó a la gente eufórica y sorprendida con este final, y que dio paso a una larga y entretenida explicación sobre el productor de la reconocida canción de la boyband norteamericana (Max Martin), que poco a poco fue mezclando con el significado existencial de la canción y la incertidumbre sobre entrar a una nueva era.
Un cierre en lo alto
Como mencionaba previamente, una de las cosas que prometía esta nueva gira era la incorporación de nuevas máquinas que acompañarían a Lorenzini sobre el escenario. En ese sentido, el artista presentó como si fueran miembros de su banda a cada instrumento que utilizaba, aportando también con explicaciones detalladas de su funcionamiento. Pero estos pequeños artefactos también le daban nuevos aires al show del cantautor nacional. Tal fue el caso de algunos clásicos como P.F cuyo final hipnotizó a un público que realizó sin falta -y como ya es una costumbre en sus conciertos- los silbidos que representan la melodía principal
A diferencia de otras ocasiones, esta vez Lorenzini afrontó la mayor parte del concierto en solitario. Sin embargo, un poco pasado de la mitad del show fue invitada al escenario Rosario Alfonso, para acompañar en la interpretación de Sin otro particular se despide y de un sensual nuevo tema, el cual según explicaron tiene de nombre Es broma, en serio.
Después de esa última demostración de material nuevo, fue el turno de puros clásicos que la gente se sabía al revés y al derecho, tales como Felipe Camiroaga, Tutorial y Viva Chillán, una crueldad innecesaria. El show terminaría con Sexo Amateur, una de las favoritas del público, y que el propio Lorenzini admitió que en su momento la interpretó mucho y luego la dejó de lado, pero que nuevamente había “vuelto a querer”.
Tras esta interpretación, el teatro se llenó de aplausos y el oriundo de Talca se despidió, sólo para volver unos minutos después con un pequeño encore donde interpretó Poesía Conspirativa, para finalmente cerrar la velada.
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Con casi dos horas de show, Diego Lorenzini regresa una vez más a nuestro país para dar una clase de como mantener a un público entretenido pero también profundamente conectado. Dicen que nadie es profeta en su tierra, y estoy seguro que Lorenzini tampoco pretende serlo, pero la conexión que logra con el público y el carisma natural que derrocha sobre el escenario es bastante llamativo y lo transforma casi en una experiencia de carácter espiritual. Como el propio artista lo mencionó en sus redes sociales, este concierto fue una especie de purga emocional.
Un show de una sola persona con guitarra acústica frente en un escenario como un teatro suena siempre desafiante en papel, pero Diego Lorenzini volvió a pisar el Teatro de la Universidad de Chile y una vez más superó las expectativas. Si bien, fue un show que en esencia no varió tanto de sus presentaciones pasadas, sí tuvo elementos novedosos como las nuevas canciones y también momentos de mucha emotividad.
Ver a Lorenzini es ver un show donde la gente sabe lo que le espera: a un cantautor sensible, pero lleno de humor y humildad, donde el cariño siempre se transforma en algo recíproco entre artista y público, y esa es una sensación más que satisfactoria y completa para todos.