Luego de una breve cita a Jorge Tellier, lo primero que vemos en pantalla es a un viejo cantante que viste una chaqueta con flecos y porta una intensa mirada. “Soy un volcán, soy un volcán”, canta en un bar porteño de mala muerte, rodeado por unas cortinas brillantes que le dan un plástico glamour. Un velo melancólico le rodea, como si viéramos al último representante de la Nueva Ola atrapado en un mundo que lo rechaza.
Así comienza “Los años salvajes” (2024), la segunda película del crítico de cine, escritor y ferviente melómano Andrés Nazarala. “Siempre que pueda hacer cine va a estar vinculado a la música y eso habla de la pasión que siento por ella”, comenta a Solo Artistas Chilenos. “Quizás en el fondo hago todo esto porque soy un músico frustrado”, afirma entre risas. “En definitiva es mejor tener una banda que andar haciendo películas”.
Producido por Oro Films, el largometraje explora la vida de Ricky Palace (Daniel Antivilo), un olvidado músico que se ve enfrentado a su pasado, en medio de un incierto futuro en Valparaíso. El filme llegará a la cartelera nacional este 10 de abril, bajo la distribución de Storyboard Media.
15 años antes de la historia de Ricky, Andrés Nazarala dio sus primeros pasos en el cine con “Debut” (2009), película disponible gratis en Vimeo gracias al portal Lucha Libro y definida por su creador como una obra “amateur” pero no por eso una ausente de aprecio. “La hice muy joven y la quiero mucho”, confiesa. “Es como mi primer hijo”.
— Tu ópera prima sigue a un músico que recorre Valparaíso en busca de su álbum debut perdido. De manera similar, “Los años salvajes” nos muestra una carrera musical que pareciera estar en su ocaso. ¿Qué te ha llevado a explorar cruces entre música, autoría y olvido?
Qué bueno que hablas de “Debut”, una película que muy poca gente vio pero que posee muchos elementos que se repiten en “Los años salvajes”: íconos como la radio, el músico y Valparaíso. Siento que tengo un par de obsesiones que están presentes en todo lo que hago a nivel creativo, como en mis dos novelas; también hablan de cine y música. Me gustan esos creadores —o artistas, como se les llame— que circulan en torno a las mismas temáticas. Hay directores que siempre están reversionando la misma película y esa idea me gusta. Y más que me gusta, como que no puedo hacer otra cosa.
— Tengo entendido que pasaste gran parte de tu infancia y adolescencia en Valparaíso, una ciudad que se siente como un personaje más de tus películas. ¿Su inclusión en tus historias recae en un guiño autobiográfico?
Siento que no se puede escapar de Valparaíso. Siempre está en mi cabeza, especialmente en mi imaginario. Más que biográfico, siento que estoy anclado un poco a la ciudad y a sus historias. Y en este caso, algo que me ha interesado mucho es que Valparaíso fue el puerto de entrada del rock and roll a Chile. Me impresiona que ya en los años ‘50 existan testimonios de gente bailando rock and roll en las plazas. También generó un gran impacto una película en donde se escucha a Bill Halley, por ejemplo; la gente iba reiteradas veces a verla y generó una pequeña revolución juvenil. El mismo Halley tocó durante 1961 en el Teatro Velarde, actual Teatro Municipal de Valparaíso. Para mi es una ciudad rocanrolera y eso me interesaba explorar en esta historia.

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Ricky y sus amigos
El núcleo emocional de la historia recae en Ricky Palace, interpretado por un nostálgico Daniel Antivilo, actor chileno reconocido por sus versátiles participaciones en largometrajes nacionales como “Matar a un hombre” (Alejandro Fernández Almendras, 2014), “La mentirita blanca” (Tomás Alzamora, 2017) y “Brujería” (Christopher Murray, 2023). “Me interesaba que el personaje tuviese sus códigos”, apunta Andrés Nazarala. “Es el tipo que no se vendió, permaneciendo aferrado a la ciudad y a su forma de ver el arte. Me interesaba crear un personaje cerrado en sí mismo y que es una estrella del barrio. Ahora todo el mundo quiere expansión global, pero Ricky es una estrella en su propio barrio. Creo que eso es más valioso que sonar en las redes”.
— Ricky pareciera ser la personificación de ciertos vicios de la Nueva ola chilena: un género musical querido y respetado, asociado a un glamour que no está y a personalidades atrapadas en un vaivén entre la relevancia y la ausencia. ¿Por qué decidiste explorar este estilo de música?
La Nueva ola chilena surge en pleno rock and roll porteño. En los ‘60, ¿no? De hecho, Radio Portales tenía un programa de rock en donde debutaron diversas figuras de la Nueva ola, como Cecilia. Cuando recién pensé en hacer una película sobre un músico de aquella época fue una noche en la que visité Boite Hollywood, un lugar del espectáculo de esa época en Valparaíso, en calle Chacabuco. Pero esto fue el año 2000 y yo estaba viendo una banda punk. Todo era medio decadente, pero de repente miro hacia un costado y veo una galería de fotos del lugar. Inmediatamente me topo con una foto del “Pollo” Fuentes cantando y otra que me intrigó mucho: un grupo de chicas poperas tocando rock and roll, en donde una tenía trompeta —era rarísimo— y abajo decía “Las satánicas”. Después busqué y era un grupo femenino de Checoslovaquia que pasó por Valparaíso. Me pareció muy fascinante ese mundo y pensé “¿qué pasa si hago una película sobre un tipo de ese mundo… pero en el mundo de ahora?”.

— A pesar de que el protagonista es un músico ficcionalizado, en su travesía se topa con ídolos chilenos de carne y hueso, como Lucy Briceño y José Alfredo Fuentes. ¿Cómo fue la recepción de ellos al invitarles a la película?
Primero que todo, yo tenía claro que esta película no tendría una aproximación realista. Tiene mucho artificio de ficción y ocurren cosas que solo pasan en las películas. Su referente inmediato no es la realidad, sino que la representación de ella. Pero a la vez, también me interesaba generar un choque con eso: introducir en este mundo de ficción elementos documentales. Así nace la idea de tener a Lucy, por ejemplo. Es muy activa cantando y aceptó inmediatamente la invitación. En la película la acompaña en guitarra Ángel Lizama, guitarrista de Jorge “Negro” Farías, un mítico bolerista del puerto. El “Negro” incluso realizó una famosa gira por Europa acompañado por Lizama, quizás qué habrá pasado ahí. Por esas cosas de la vida, Andrés nunca había tocado junto a Lucy, entonces acercamos a dos grandes músicos de Valparaíso a través del artificio.
—¿Y en el caso del “Pollo”?
“Pollo” aceptó esta humorada porque se interpreta a sí mismo. Aceptó el juego y fue muy generoso con eso. Conversando con él, me decía que conoció a muchos sujetos como Ricky Palace; ídolos que quedaron estancados. Creo que ese tema lo motivó.
— Hablando de ídolos, Daniel Antivilo comparte diversas escenas junto a José Soza; secuencias llenas de cariño y vulnerabilidad, como si retrataran a los últimos dos bastiones de un Chile que ya no está. Al ser un actor con una amplia trayectoria, ¿fue esto un elemento clave para su casting, como si fuera un meta comentario a la carrera del actor?
Sí, totalmente. Hay una escena en la que él llora desconsoladamente cuando escucha a Ricky cantar y eso, desde una perspectiva realista y racional, puede llevar a alguien decir “bueno, nadie llora de esa manera”. Es un llanto de cine y es un llanto de Soza. Es un gran actor de teatro y televisión, y el personaje es un homenaje a su trayectoria. De hecho, llegué a él gracias a Antivilo.
—¿Si?
Sí. Daniel y Pepe son muy amigos y han trabajado mucho en teatro, al punto que han hecho giras por el mundo juntos. Su relación es de mucho afecto y todo el tiempo se tiran bromas pesadas. Tienen esa forma de relacionarse y eso me interesó mucho. La química que tienen en la película es la química real que ellos tienen en la vida, por lo que me parece que a veces el cine de ficción también es documental, ¿no? Uno está documentando algo que es real y que va más allá de cualquier ilusión o ficción que uno trate de instalar.

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Música y letra
La travesía de Ricky Palace está musicalizada por una serie de canciones que, en la ficción, son de autoría propia. En la vida real, Andrés Nazarala recurrió a la supervisión musical de Sebastián Orellana, músico, compositor y cantante de La BIG Rabia. “Lo conocí en Santiago, un viernes cualquiera, sin planes, que entré al Bar Loreto. Estaba tocando su banda, un dúo de rockabilly, pero igual medio bolero. Me dejó loco”, enfatiza el cineasta. “Soy un tipo tímido pero me acerqué a ellos después del show, me vendieron un CD y quedé muy entusiasmado. En ese momento ya estaba pensando en la película y cuando salí del local pensé ‘quiero que él haga la música’. Y así fue”.
— ¿Cómo fue la creación de los himnos que acompañan a Ricky y compañía?
Tenía como idea fija trabajar con Sebastián, pero la posibilidad surgió en plena pandemia. Él vive en España y tuvimos muchas conversaciones por Zoom, revisando el guión, para así delimitar qué tipo de canciones necesitábamos para distintos momentos de la película. Él se puso a trabajar y mandó maquetas en tan solo dos semanas. ¡Fue impresionante! Después las grabó en un estudio en España y superó toda expectativa. ¡Lo encontré extraordinario! Y ahora la banda sonora se encuentra disponible en Spotify.
— Me llama la atención que gran parte de las canciones sean filmadas de manera íntegra, con una cámara estática que invita a observar cada segundo de la interpretación. En una época en donde los visionados colectivos de películas luchan contra el celular como una segunda pantalla, ¿qué te motivó a grabar las secuencias musicales de esa manera?
En primer lugar, me interesaba que las canciones se escucharan “enteras”. Ahora, esto de “enteras” es entre comillas porque hubo que hacer cortes estratégicos. Es cine y tampoco es fácil ponerla entera, pero me interesaba que al menos estuviese la sensación de que sí. Ante todo, me interesaba que la película tuviera buenas canciones. Creo que en las películas musicales —o aquellas con un fuerte componente musical—, cuando las canciones son malas la película se desarma. O de manera similar, si una película es buena pero su canción es mala, me parece que afecta al metraje. En estos tiempos de tanto movimiento y montaje, yo soy como Ricky Palace; desconectado de este mundo. Hace poco descubrí Letterboxd y alguien criticaba la película diciendo “¿todo el rato el mismo plano? ¿por qué no le meten coreografía?” o algo por el estilo. Y esa idea se antepone absurdamente a lo que yo quería: una cámara de observación que traspase el sentimiento de Ricky cantando, a través de planos fijos. Me gusta pensar que esta película lo acompaña en su intimidad observándolo; no dirigiendo la mirada del espectador sino dejando que este pueda explorar.
No construyen estatuas de críticos
Junto con realizar dos largometrajes, un corto y un par de novelas, Andrés Nazarala es integrante de la Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica (FIPRESCI), ejerciendo como crítico de cine en diversos medios y participando como jurado en certámenes internacionales como los de Toronto, Moscú, Mar del Plata, entre otros. Hoy en día, en su rol de cineasta, el autor se ha visto enfrentado a comentarios sobre su película en un espacio virtual clave para la cinefilia de estos tiempos: Letterboxd.
— Pensando en tu doble militancia de cineasta y crítico de cine, ¿qué opinas sobre estos nuevos espacios de conversación, crítica y comentarios cinematográficos?
Las nuevas tecnologías han hecho algo muy bueno: democratizar la crítica. Sin embargo, yo me acuerdo cuando la crítica de cine realmente importaba. Empecé a escribir de cine a los 22 y en esa época uno escribía algo que podía ser explosivo; te llegaban comentarios del director o de lectores ofendidos. Un ataque común de esa época era la frase “todo el mundo tiene opinión, así que quién eres tú para imponer la tuya sobre el resto” y frente a eso solo me quedaba decir que un crítico es un tipo que vive de eso. Generalmente, es gente muy freak por el cine y tienen cierta propiedad porque han visto demasiadas películas.
— Es cierto.
Lo que a mí me gustaba de la crítica es que uno también podía putear al crítico. Odiar al crítico es parte del ejercicio de la crítica y está super bien, pero en aquella época eran voces capacitadas. Me parece bien que cualquier persona pueda opinar, pero lo que no me gusta tanto es la ligereza de algunos comentarios. El crítico al menos destroza con cierta argumentación. Yo en Letterboxd he visto frases tiradas, cortadas, siguiendo la dinámica de otras redes sociales.
— De hecho, más de un usuario de Letterboxd comparó “Los años salvajes” con el cine de Aki Kaurismäki, apelando incluso a cuatro elementos claves: “cesantía, copete, un bar con música y un perro tierno”. ¿Tuviste el cine del finlandés en mente al momento de realizar la película?
Estando en un bar de la ciudad me di cuenta que Valparaíso es muy Kaurismäki. Me di cuenta a través de ciertas locaciones y Paula Boente, la co-guionista, estaba de acuerdo. A ambos nos gusta mucho su cine, entonces hay guiños que son conscientes: las locaciones, los personajes y el perro. Igual me parece complejo cuando hay directores que tratan de imitarlo porque es un cineasta tan singular que es un error tratar de imitar su forma de trabajar con actores. Esta película es un homenaje abierto a Aki Kaurismäki. No es un largometraje hecho en su estilo, pero sí está su espíritu.
— Una vez que la película tenga su estreno comercial en salas nacionales, ¿cuál esperas que sea la recepción del público chileno?
Siento que en estos tiempos de streaming hay demasiada conciencia de los públicos. Hace unos años, Martin Scorsese escribió que ya no hay películas, hay contenidos. Y me imagino que muchos de esos contenidos existen luego de un estudio de mercado, de público, o no sé qué. Esta película está súper lejos de eso. Cuando la película se exhibió durante el 31° FICValdivia, mucha gente joven conectó con ella. Para mí es una historia sobre la muerte, la vejez y otros temas que para alguien de 20 años quizás son lejanos, pero me llamó la atención que mucha gente de ese rango conectó. Ahora tengo mucha curiosidad por ver qué pasa con una audiencia mayor. Me interesa mucho. Es un largometraje hecho con mucho cariño y dedicación, en tiempos de contenido en donde muchas cosas se hacen por plata o “porque sí”. Me gusta pensar en ella como un viaje emocional.

“Los años salvajes” (Andrés Nazarala, 2024) tendrá su estreno nacional este jueves 10 de abril. Distribuye Storyboard Media.