Por Pancho Ugarte / Fotos por Gus Canales
Fue un viernes súper caluroso en la ciudad, me fumé un tabaco, entré al recinto y me puse en un lugar para ver el escenario de frente. Noté que estaba rodeado de gente que estaba muy ansiosa de escuchar a la banda. Por los altavoces sonaba música muy tranquila mientras los técnicos realizaban los últimos checks en el escenario. Se notaba que no se les podía escapar ningún detalle ñoño ni en las luces y ni en los monitores (<3).
Eran las nueve y cuarto de la noche. La gente gritaba y aplaudía a ritmo, tal barra de estadio. Cuando de pronto, se apagan las luces y salen los Ases Falsos a un Teatro Caupolicán lleno de almas, y a un escenario que en su fondo tenía una decoración muy vintage del nombre de la banda acompañado de luces en cada borde de sus letras. Con mucha potencia comienzan el set list con un megamix de hits en instrumental (tal greatest hits o Classic Project), en donde recorrieron secciones de sus canciones emblema. Los estímulos visuales y sonoros se hacían fuertemente presentes en este medley, manteniendo una sabrosa complicidad entre las luces y las dinámicas de la música.
Debo recalcar que lo primero que me llamó la atención de lo musical, fue la presencia de un percusionista muy virtuoso que tocaba con mucha energía, y además tenía habilidades malabarísticas muy brígidas (tiraba la baqueta para arriba, la recibía con la otra mano mientras tocaba las congas, los bongos, los shakers, y además tomaba agua a la vez… Quizás estoy exagerando, pero ese hombre es un percupulpo: se llama Sergio Sanhueza y es terrible seco).
«Nada», «Plácidamente», «Manantial» y «Misterios del Perú» junto con el megamix inicial, fueron las canciones que antepusieron a las primeras palabras que se iban a cruzar esa noche junto con el público. Simón, el bajista, dio la bienvenida a la gente con las primeras palabras, en donde junto con saludar destacó que éste lugar era “el bar más grande en el que han tocado”. Todas las canciones se escuchaban con mucha fuerza interpretativa, Martín con sus firmes guitarras y Chimbe tocando la batería a más no dar, eran la evidencia clara de que sería una jornada intensa.
Entre las canciones «Más se fortalece», «Mantén la conducción», «La gran curva», «Creo que no creo», «Trato hecho» y «Fuerza especial»; fue el turno de Briceño, y saludó agradeciendo el recibimiento, luego añadió que nunca faltan los degenerados que andan corriendo mano, les hizo un llamado a no hacerlo y esperar a irse a sus casas para manosearse, finalizando señaló que cree que no deben haber muchos degenerados presentes en el lugar.
Cristóbal Briceño comentó que hace diez años habían tenido la oportunidad de tocar en el mismo lugar en el que estaban presentando esta noche, pero que había sido por una movida del difunto sello Escarabajo, en donde telonearon a Lucybell. Recalcó que ese no era el momento, ya que “no correspondía”, seguido de “Hoy, diez años después. Henos aquí, sin telonero, sin sello, sin Lucybell… ¡pero falta alguien!”. En ese preciso momento mucha gente comenzó a gritar, diciendo “Heeeector! Héctor! Héctor!”, una y otra vez. Ahí fue entonces cuando entra a escena Héctor Muñoz Tapia, uno de los miembros fundadores de la banda Fother Muckers. Que junto a su rica guitarra eléctrica modelo Sg, comienzan a interpretar algunas canciones de la antigua época, tales como: «Fueron», «Ríos color invierno» y «Chakras». Éstas fueron las responsables de tener ese flashback y ver a la banda junto a esos característicos energéticos movimientos de Héctor mientras toca las guitarras principales de los temas.
Después de esta sección la banda salió del escenario, y entró un chico a realizar algo que él mismo denominó como un “arte raro”, se trataba del Beat Box. Con gran presencia en frecuencias bajas, demostró que con mucha técnica se pueden lograr resultados muy buenos en la disciplina. El público lo miró atentamente, y participó junto a él en este novedoso interludio de beats análogos
Al finalizar el break, entra la banda en un formato diferente. Era el turno de las guitarras de palo. Todos los chicos se pusieron en la parte frontal del escenario, algunos sentados, otros de pie. Tal fogata sin fuego, sonaron los acordes de canciones como «Séptimo cielo», «Salto alto», entre otras. En eso Briceño expresó que no le interesaba referirse a las presidenciales dado que se resiste a creer que a alguien que le guste su música vaya a votar por Piñera, no es necesario hacer consignas obvias, además «hay hueas más importantes» agregó. Por ahí también dijo que retroceso es proceso (luego de unos segundos de reflexión, añadió que en verdad tiene un amigo y un familiar que votarán por Sebastián Piñera, que no por eso son peores personas y que también les gusta la banda. Esto creo que fue justo antes de tocar «Mi ejército»).
Con más de dos horas y media de show, los Ases Falsos interpretaban sus últimas rolas. Con un Briceño en calcetines y un público que no paraba de saltar, tocaron «Subyugado». Al término de ésta, la banda salió de escena. Pese al maratónico recital, el público pedía el bis. Entre gritos y silencios noté que la agrupación demoró en salir. Pero ahí estaban. Aparece Cristóbal con un corta vientos con el diseño de la selección de Venezuela, se lo quita (porque claro, hacía mucho calor) y comienza a sonar un cover de la canción «Don’t dream it’s over», pero con la letra cambiada. Seguido eso, con cantos y gritos pasionales tocaron un coreado «Estudiar y trabajar», y al más puro estilo del ‘gracias totales’, el vocalista se despide diciendo que “Siempre se puede, y que cuando no les aplaudan, es cuando más se puede”.
Concluyendo con un “Sueño cumplido”, escándalo y serpentinas tocan «Pacífico», canción que dio fin a una jornada poderosa, que consagra los años de trayectoria de cada músico. Entre aplausos y emoción, el recinto vibró con la sensación de haber disfrutado cada segundo vivido. Briceño recogió sus zapatillas, se las puso y se fue.
Reseña por Pancho Ugarte / Fotografías por Gus Canales
Agradecimientos a Álvaro Donoso por registrar grandes momentos siempre.
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