Por Francisca Arnalot
Como dijo el mismo guionista y director de la película, Rodrigo Sepúlveda, “ahora todos son expertos en Lemebel”, lo cual me parece inteligente de su parte decirlo previo al estreno, pero a la vez irónico. Porque justamente es él quien está realizando un producto audiovisual con una figura que sabe que probablemente está en su peak de popularidad. Y no solo eso, una figura que muchos han tomado como identidad, y hacer un producto a raíz de eso es siempre delicado. Algo parecido a la identificación que significa para tantas mujeres el feminismo y la producción de la serie La Jauría, que fue para muchas fue una gran decepción.
Y es que la explotación de su imagen es innegable. ¿Por qué ahora? Un escritor y artista que comenzó su trabajo en los ’80, que fue nominado al Premio Nacional de Literatura en 2014 y falleció el 2015, ha causado tanto revuelo como la cara de Frida Kahlo en los últimos dos años. No deja de ser curioso cómo este artista, sin duda importante en nuestra historia y conocido en el mudo literario, pasó a ser un ícono pop que comenzó a popularizarse desde antes del estallido social.
En la previa streaming del estreno, Alfredo Castro puso algo sobre la mesa que es interesante: “Esto es en parte gran responsabilidad de los medios”. Uno tiende a mirar las modas como ridículas, como una simple búsqueda de las masas de su identidad, pero la verdad es que el caso de Lemebel es mucho más complejo que eso. Él es parte de la lucha, pero más allá de eso, es de los rezagados dentro de los que luchan, y él usa eso a su favor. Utiliza su intelecto y cuerpo a servicio de ella, consciente de lo que es, de lo que representa, y eso por mucho tiempo era alguien poco digerible para los medios, poco atractivo para mostrar. «La literatura es trascendentalista, o sea, uno escribe para mañana, para el próximo siglo, etcétera. No recoge la basura con la que uno se topa cada día. Yo sí, yo la recojo. Y la adorno y la hago brillar», como dijo en el documental Lemebel (2019).
Tengo miedo torero se estrenó el 12 de septiembre pasado, y entre ese día y la función del día siguiente, se sumaron alrededor de 100 mil espectadores. Sin duda todo un éxito de taquilla en plena pandemia. La sensación de que iba a aparecer alguna producción audiovisual relacionada a Pedro Lemebel o a sus obras era inminente. Lo curioso eran las diversas expectativas previas al estreno. Pasaban de mucha emoción a la nula esperanza, incluso a una especie de rechazo.
La interpretación del personaje de La Loca también era algo que causaba mucha incertidumbre. Parecía una prueba de fuego incluso para un consagradísimo Alfredo Castro. Si bien no significaba interpretar a Pedro como muchos pensaban, era interpretar una parte de la esencia, porque entre La Loca del Frente, Las Yeguas del Apocalípsis y Pedro Lemebel, no hay mucha distancia. También en un delicado contexto donde se está replanteado la interpretación trans en el cine y, obviamente, una lucha plena de la comunidad LGBTQ+. Pero en este caso era distinto, no se trata de una producción comercial de Amazon o una gran productora. Rodrigo Sepúlveda, si bien tiene más experiencia en televisión y campañas políticas, sus incursiones en el cine han sido bien recibidas, como Aurora, que fue ganadora en la categoría Mejor Película en Sanfic 2014.
A los 5 minutos de película uno se da cuenta que veríamos a un Alfredo Castro bien dirigido, y por ende “una Loca” bien lograda, sin caricaturizar. Con una escena inicial extrema se nos pone rápidamente en el contexto de la crudeza en que se sitúa la historia. Así mismo se nos presenta a Carlos, que a diferencia del libro, es mexicano (probablemente por exigencias de una coproducción), pero que se relaciona con La Loca de una manera más realista, sobretodo en el comienzo.
Así como hay muchos cambios que pueden haber molestado, pero que al mismo tiempo son inevitables dentro de lo que es una adaptación. Cosas como que La Loca abriera las cajas, el contacto físico correspondido por Carlos, el orden del relato, son todos cambios que si bien se alejan de la historia original, sirven para que funcione en pantalla grande, manteniendo la atención de quienes leyeron la novela como de los que no.
Si hablamos de puntos débiles, probablemente son justamente decisiones de guión. Por ejemplo, poco desarrollo en la relación misma entre La Loca y Carlos, o el dejar afuera el reencuentro entre ellos en el restorán después del atentado usando la frase “tengo miedo torero”, y otros vacíos.
En cuanto a los aspectos técnicos, la película cumple. La dirección de arte era correcta, y la paleta de colores te transportaba. Con una excelente fotografía, los planos tenían como característica tener mucha profundidad, lo que lograba contextualizar aún mejor y sumergirte en el precario barrio de La Loca.
Centrándonos en lo que le da más valor a la película y excedió las expectativas de varios, es la interpretación de Alfredo Castro. El objetivo que tenían de que La Loca llenara la pantalla se cumple con creces. Sin ridiculizaciones ni exageraciones, Alfredo logra retratar a una vieja pobre y “loca”, que a la vez es adorable y valiente, consciente de que no tiene nada que perder. Hace sentido que Pedro haya querido que el actor lo interpretara, así como también se dice que quería trabajar con Rodrigo Sepúlveda. Cabe destacar que la actuación de Leonardo Ortizgris como Carlos tampoco destiñe, a lo cual se le debe atribuir el mérito que eso merece al compartir pantalla con La Loca del Frente.
Otras dos decisiones claves que contribuyeron a que la película funcionara fue, primero, haber omitido las partes donde aparece Augusto Pinochet y Lucía Hiriart. Habría desentonado con el film, y como es obvio, es distinto plasmar esa idea onírica en un libro, que representarlo en una película. La otra es la importancia que se le da al mantel bordado. Ese mantel que funciona como leitmotiv durante toda la película y que representa el viaje interior de La Loca.
Con adaptaciones como éstas, sin guiones flojos que se “cuelguen” de la explosión de Pedro Lemebel, si no que hechas con corazón, dan ganas de ver muchas más producciones. Que vengan más. Esto se encuentra en un buen punto medio entre taquilla y una creación de una pieza artística con verdadera intención, y para crear a partir del punto que nos dejó Pedro hay mucho. Y porque la destrucción del mosaico en su homenaje en Santiago Centro nos recuerda que aún hay un largo camino por recorrer.