Reseña por Francisca Arnalot
Para cualquier persona que escucha la premisa del documental filmado el 2019 por Maite Alberdi, “El Agente Topo”, se muestra temeroso y reacio a verlo por el crudo relato que se imaginan, y con justa razón. “Un abuelito infiltrado en un asilo, contratado por un detective, para verificar si es que una de las abuelitas que reside en el lugar está siendo maltratada”. Una realidad que a cualquiera se le hace difícil de mirar.
Pero el ni tono ni el fin del documental es ese. No es contar una historia macabra, o angustiar de sobremanera. En primer lugar, si ese fuera el fin, hay muchos otros hogares en el país con muchos menos recursos, condiciones más deplorables, menos personal y menos áreas comunes como este para mostrar. Segundo, los relatos de Maite Alberdi nunca han ido en la línea de la crudeza ni la denuncia, o si lo llegan a ser, es de una manera mucho más sutil. Y tercero, porque esa no fue la motivación inicial para comenzar a filmar.
La misma directora ha contado en entrevistas que su intención inicial era realizar un film noir manteniéndose en el género documental, algo que ella no había visto, y razón por la cuál comenzó a trabajar con Rómulo Atkins, el detective privado en el documental. En este proceso se presentó la oportunidad de grabar un asilo de ancianos luego de que la familia de “el blanco”, Sonia Pérez, la anciana que se sospecha que está siendo maltratada, contactara a Atkins.
Cabe destacar la minuciosidad con la que trabaja la directora para contaminar la realidad lo menos posible. Porque, efectivamente, no hay nada de ficción en esta obra. Y no solo cuesta creerlo por la historia en sí y los momentos que se logran captar, también por la calidad de tomas, encuadres, sonido, entre otras cosas que solo fueron posibles por todo el trabajo y horas de grabación que hay detrás. Se refleja esto en su posible doble nominación en los Oscar como Mejor película extranjera y a la vez Mejor documental.
Volviendo al proceso de filmación, ya llevaban alrededor de dos meses grabando en el asilo al momento de realizar la entrevista para elegir al “agente topo” con el fin de que las personas del hogar se acostumbraran, fuera lo más natural posible, y no sospecharan de la verdadera intención de la grabación. Ahí es cuando conocemos a Sergio Chamy, un señor encantador, de bajo perfil y lúcido, del cual la directora se enamora de inmediato y es seleccionado para ser el agente que se necesita.
Las entrevistas en la oficina del detective son el inicio del documental, el cual se lleva a cabo en base a un aviso en el diario. “Se necesita adulto mayor hombre entre 80 y 90 años”. De inmediato llama la atención la cantidad de personas que llegan a la entrevista con ganas de trabajar. Algunos están impresionados de que estén buscando a alguien de su edad. Y ya podemos visibilizar dos problemáticas: el que algunos estén buscando trabajo por necesidad aún a esa edad como consecuencia del deficiente sistema de pensiones, y el que, al mismo tiempo, nadie está dispuesto a contratarlos ni integrarlos de ninguna manera.
Luego viene una seguidilla de escenas donde podemos ver en esencia cómo la directora logra captar idiosincrasias de manera tan pura e incluso simpática, pero sin dejar de visibilizar ese algo que quiere mostrar. A Sergio se le pide que se maneje con ciertos artefactos tecnológicos para poder realizar reportes dentro del hogar, y naturalmente es como ver a una persona intentando entender un nuevo idioma. Algunos errores y la poca paciencia de Rómulo hacen del momento una situación algo cómica, pero es otra gran barrera para cualquier persona de tercera edad, de la cual prácticamente nadie se hace cargo y a pocos les importa.
Las cosas que ocurren dentro del asilo una vez que llega Sergio son, por decir lo menos, inesperadas. El foco del documental se ve obligado a moverse hacia las miles de historias que hay en cada uno de los integrantes del hogar y cómo el protagonista se involucra inevitablemente con ellas. El relato se llena de emocionalidad y lazos que, nuevamente, uno como espectador tiene que recordarse que no hay guión escrito. Personajes como Marta, que lo único que quiere es escapar, Bertita que se enamora inmediatamente de Sergio, Rubira y su alzheimer, y Petita que alegraba los días con sus ingeniosas rimas son algunas de las muchas situaciones captadas en este documental que nunca deja de lado su tono humano y divertido para mostrarnos todo.
Distintas edades, pasados, condiciones, personalidades, que vamos de a poco descubriendo que todos pueden calzar en una cosa: la soledad. Se nos olvida a momentos que la investigación comienza por la razón que comienza, y es que objetivamente no se comete ningún delito dentro de ese hogar. El problema no era el abuso ni robo de parte del personal como se pensó en un momento. El problema, y Sergio se lo dice en un momento al detective, es el abandono por parte de la familia de “el blanco”.
La combinación entre un protagonista como Sergio, carismático, cercano, dedicado, junto con la mirada aguda de una directora que no es la primera vez que demuestra este interés de la tercera edad como protagonista de sus obras (‘La Once’, ‘Yo no soy de aquí’) dan como resultado uno de los retratos más genuinos que se puedan ver sobre el tema, provocando inevitablemente preguntas e incomodidades al espectador sobre cómo nos comportamos nosotros con nuestros adultos mayores cercanos. Porque, sí, efectivamente hay una responsabilidad del Estado que objetivamente no se está cumpliendo, donde entran las pensiones y el tener más instancias donde podamos integrarlos, pero también está el rol del individuo en la familia. Una cosa no quita la otra, y el que no entiende eso, no entiende cómo se conforma a la sociedad.
Somos responsables de la alienación de un grupo de nuestra sociedad del que, lo cuál es lo más paradójico, todos seremos parte. “Es cruel esta vida después de todo, oiga”. Esa frase de Petita es una de las que quedan marcadas, y la idea es entre todos atenuar ese sentimiento lo más posible.