A fines de 2023, Candelabro lanzó “Ahora o Nunca”, un disco debut que fue uno de los álbumes más aplaudidos del año y que puso a la banda en el radar de críticos extranjeros. SACH conversó con su compositor, vocalista y guitarrista, Matías Ávila, sobre el nerd-rock, Bonvallet y el espíritu de la nueva escena: “No hay miedo a hacer el ridículo”.
El primer encuentro cercano que tuvo Matías Ávila (21) con un candelabro fue en la casa de su abuela. En el living había una luz que emulaba ser un candelabro, pero no lo era. Matías miraba esa luz y le hablaba todos los días, desde que era guagua. “Siempre me cuentan esa historia”, dice.
Para el artista, y estudiante de Pedagogía, esa no es la única conexión que hay entre la banda y su placa de presentación.
“Es un artefacto que aunque es peculiar y ostentoso, todo el mundo ha visto uno. Y todos vemos en la música una especie de luz bella y brillante. Un candelabro es algo que sostiene eso. Y en la banda existe esa dinámica: de hablarle a la música y que la música te hable de vuelta”, complementa.
Ni el nombre es al azar, ni tampoco la sesión de fotos en una tienda de lámparas colgantes con que la agrupación (formada por Matías Ávila, Javiera Donoso, Franko Arriagada, Nahuel Alavia, Luis Ayala y Carlos Muñoz) promocionó su debut Ahora o Nunca (2023), disco de 14 canciones que llamó la atención tanto de críticos chilenos como extranjeros, y que la banda define como nerd-rock.
Pero mucho antes de eso, Matías tuvo sus primeros acercamientos a la música gracias al gusto diverso de su padre, en Peñalolén.
— Uno tiene una noción muy general de la música cuando es chico, ¿en qué momento empezaste a tomar conciencia de eso?
En quinto básico con Los Prisioneros. Ahí se me quebró la cabeza. Me sentí acogido, sobre todo con la lírica de algunas canciones. Mi favorita es Exijo ser un héroe. Me acuerdo de haberla escuchado un día que llegué del colegio y haber hecho click. Me parecía una weá tan potente que me daban ganas de replicarlo.
— Ahí dijiste: “Me gustaría hacer canciones”…
Sí, a raíz de la figura de Jorge González. Ese fue mi referente. Y lo sigue siendo, ahora más piola que antes.
— ¿Qué representa para ti Los Prisioneros y Jorge González?
-Todo (risas). La ambición. Me instalaron el sueño de poder hacerlo.
Tengo que saltar: De Matías a Candelabro
El miedo al fin del mundo y a no terminar lo que se empieza. Matías usó esas dos cosas como combustible y se lanzó en solitario cuando cursaba cuarto medio en el Colegio Salesianos de Macul, una etapa que define como “interesante pero no del todo cómoda”.
“Me costó asumir eso. Hay gente que entiende de manera muy especial la exposición. Yo me enfoco en hacer música no más. No radica en mí proponer un personaje. Lo encontraría deshonesto. Hay gente a la que le resulta bien, en mi caso no”, explica.
Si bien su primera fecha solista fue en Matucana 100, teloneando a Simón Campusano y presentando canciones de su disco solista Heterocromía (2021), ese envase no duró demasiado.
— ¿Por qué el cambio de “Matías Ávila” a “Candelabro”?
A mí me interesaba tener una banda y yo sé que a los chiquillos también. Enfocar toda la matriz artística bajo un solo nombre me parecía un poco egoísta porque los chiquillos componen sus cosas, y han puesto su plata para los ensayos y mejorar sus instrumentos. Eso es propio de una banda.
— Te incomodaba ser “Matías Ávila”…
Sí, caleta. Porque no sabía cómo llamarlo. A los integrantes de la banda les preguntaban: “Oye, tú estás en una banda, ¿cómo se llama?” Y contestaban: “Matías Ávila”. Es raro. Fome. Nunca me gustó.
— ¿Hubo temor de que ese cambio no se diera de forma natural o que hubiera confusión?
Caleta. Pero yo creo que era un riesgo que había que correr. Yo confiaba en el trabajo de los chiquillos y en el disco. Estaba seguro de que las canciones eran buenas y de que iban a funcionar.
Sin miedo a ser nerd. Sin miedo al ridículo
La aparición de Candelabro no solo coincidió con importantes lanzamientos chilenos que tuvieron repercusión internacional, como Enola Gay (2023) de Asia Menor, Apoyo Emocional (2023) de Estoy Bien, o El día libre de Polux (2023) de Chini.png, sino que también estuvo a la par con el nacimiento de una nueva camada de bandas.
— ¿Cómo describirías a esta generación de bandas que nació en pandemia o post-pandemia?
Son una escena súper ñoña. No tienen miedo ni complejos a asumirse nerd y tampoco hay una ambición de demostrar lo contrario. No hay miedo a hacer el ridículo. Esta generación es mucho más performática que la anterior. Hay una conciencia de show, una ambición de entregar una experiencia. Es una generación que producto de que casi se nos acaba el mundo se supo arrimar a seguir haciendo lo que más les gusta hacer.
Matías Ávila tenía solo 16 años cuando fue por primera vez a una tocata. Corría el año 2019 y los Niños del Cerro tenían más o menos fresco su último lanzamiento hasta ese minuto: Lance (2018).
— ¿Qué representa para ti esa escena anterior?
La posibilidad de seguir subiendo la vara. Me pasa eso con los Niños del Cerro. Ellos vienen de contextos particulares que coinciden con los nuestros. Porque de repente uno dice: “este tiene plata y la tiene fácil”. Pero no poh. Uno ve a estos cabros y entiendes que no todo gira en torno al dinero. Ellos fueron, para mí, los primeros que se tiraron a la piscina. Si para nosotros es precario ahora, para ellos debió haber sido diez veces más difícil.
Bonvallet, Iván Torres y Malcolm
“Las letras de Ahora o Nunca están cargadas de frustraciones, aciertos, momentos malos y buenos. Es la fricción del nerd que tiene que decidir entre lanzarse y vivir, o tal vez no hacerlo nunca”, explica.
Entre esas temáticas también resalta un imaginario dosmilero plasmado en diversos samples que tiene el disco, en donde se oye desde el intro de la serie Malcolm In The Middle hasta el pronóstico del tiempo de Iván Torres.
Pero la que más llama la atención es Bonva, una dedicatoria al fallecido exfutbolista Eduardo Bonvallet.
— ¿Qué significa para ti la figura de Bonvallet?
Es el papá de todos los hijos guachos de Chile. Yo tuve figura paterna pero no de papá biológico, así que siempre hubo cierta distancia. Esa distancia la vino a suplir un weón en la tele que decía: “Ser el mejor no es ser el mejor en la cancha. Es ser buen hijo, ganarte la plata honradamente”. Fuera de todo el personaje irrisorio, y a veces cuestionable, dijo cosas que nadie decía. Cada vez que me siento mal voy a esos videos y los escucho. Le tengo mucho cariño. La canción fue mi manera de retribuir todo el aliento que me entregó.
Y cuando se trata de música aparecen Congreso, Los Jaivas, Violeta Parra, Black Country New Road, Big Thief y Wilco. En eso se podría resumir cómo suena Candelabro.
— A veces las bandas no mencionan esas influencias chilenas…
Siento que hay vergüenza. Y eso es algo que hay que dejar de hacer. En Chile hay bandas que son tremendas. Yo te diría que la escena independiente chilena es mucho más interesante que la de Argentina y que las de todo el continente. Y mucho más interesante que la de los gringos. Por algo alucinaron los críticos con los discos que sacamos acá. No tenemos nada que envidiarles. Al contrario, ellos deberían envidiarnos a nosotros porque las condiciones materiales en las que hacemos música son muy precarias en comparación a la de ellos.
— Aún así, me he fijado que hay mucha influencia del rock argentino en tu música. A propósito de eso, a quién prefieres, ¿Charly o Spinetta?
Prefiero mil veces a Charly sobre Spinetta. Lo que me parece bonito es que llegaron a un nivel de popularidad gigante haciendo música súper compleja. Esa es mi ambición. Ojalá llegar a un nivel en donde se pueda vivir del asunto y no dejar de ser fieles a nosotros mismos. Ahí está la magia.
“Chile no es solo música urbana”
Una vez que terminó el colegio, Matías entró a estudiar Pedagogía en Música en la UMCE, ex-Pedagógico. Ha hecho clases en algunos colegios vulnerables de Santiago y cada vez que vuelve a casa se siente un poco preocupado por cómo los jóvenes se relacionan con la música actual.
“Hay desaliento y desconexión, a menos que sea música urbana”, advierte.
Aunque siempre hay estudiantes interesados, Matías cree que la realidad de la escena musical chilena no se muestra como debería ser.
“Me duele que estemos tan desconectados. La gente no sabe que esas cosas interesantes están pasando. ¿Qué más hay que hacer para que se entienda que Chile no es solo música urbana? ¿Tienen que llegar las bandas al Lollapalooza?”, cuestiona.
Pucha que ha costado
El pasado 30 de marzo, Candelabro y Niños del Cerro llenaron el Centro Cultural Rojas Magallanes en beneficio a las personas afectadas por los incendios de la V Región.
Para Matías, este hito en la banda significó “una tierna recompensa”. Además, es un adelanto de lo que podrían ser las dos fechas de lanzamiento en el Espacio del Ángel, que tienen agendadas para el 19 y 20 de abril.
— ¿Cómo ves el futuro cercano de Candelabro?
Lo ideal es cumplir con las expectativas, tanto de la gente como las nuestras. Queremos seguir componiendo, darle más repertorio a Candelabro y seguir avanzando, porque es peludísimo que siete personas coincidan.
— ¿Con qué sensaciones te quedas de este último disco?
Fue el sueño del nerd, de tener a otros nerds alrededor del mundo diciendo: “So great”. Fue genial. Yo vendí mi guitarra para financiar la grabación del disco. Es alucinante ver los mensajes que nos llegan de todas partes, que nos escriban: “¿cuándo van a venir a Japón?” Puta weón, difícil (risas).