Por Janine Aravena / Fotos por Andie Borie
Para crear en libertad, a veces subestimamos lo importante que es ejercitar nuestra voluntad y hacer lo que realmente queremos. Se siente como un privilegio que mientras más entendemos, más crecemos. Hace algunos días confirmé que en Chini & the Technicians están en las mismas, disfrutando el sacrificio que significa hacer lo que más disfrutan, de la forma que les parece mejor.
¿Por qué no querer cantar sobre esos dolores invisibles que nos unen? ¿Por qué hacerlo como los demás si podemos inventar nuevas formas? Se me ocurren muchas maneras de interpretar el desahogo constante que siento desde que escuché por primera vez las inquietas, sinceras y sentidas composiciones de María José “Chini” Ayarza y su enérgica voz, más los arreglos de Roberto González en el debut En el fondo todo va bien (2015). Ese EP tenía el toque de ironía y profundidad que desde entonces los conectaron al cantautor Diego Lorenzini (Tus Amigos Nuevos, VariosArtistas), siendo editado por su sello discográfico, Uva Robot.
El puntapié inicial fue lo único que necesitaron para empezar y no parar de conectarse. En los últimos tres años, acumularon innumerables shows en vivo en distintos formatos y públicos, creciendo hasta consolidar la banda con Sebastián Riffo en las percusiones, Gabriel Ardiles -pareja de Chini- en el bajo y Tiare Galaz (Niña Tormenta) en los coros, ukelele y más. Esta última, además, conforma el escuadrón cultural Capitán Cobalto con Juan Manuel Daza, quienes potencian las comunicaciones y gestiones externas. No se me ocurre mejor manera de crecer que rodeada de confianza y cariño.
Entre el bombo, los coros y las distorsiones, la noche del viernes 10 de agosto, la Sala Bunster del Centro Cultural Matucana 100 terminó llena para el estreno de Arriba es abajo, álbum que trabajaron durante un año con el productor Martín Pérez Roa (Merci, Winamp). Un ejercicio de constancia y compromiso que, entre canción y canción, le agradecieron también a quienes colaboraron con ellos en la puesta en escena, como la Cooperativa X a cargo de los tótems luminicos que reaccionaban al sonido o a Guadalupe Abaca que confeccionó todo el vestuario con asistencia de Maca Galaz, etc. Cada pieza del quinteto representó un color, simulando el prisma que se une para ayudarnos a canalizar a través de la música, todo eso que nos quiere dañar o engañar, incluso si somos nosotros mismos.
Durante la hora y media de show extendido, fue como si estuvieran mostrado un sólo gran disco, ya que varios de los temas que están incluidos en el LP los vienen presentando en vivo desde hace varias temporadas, como la nostálgica y poderosa “Fiesta de despedida” o la reversión psicodélica de “Niña Glaciar” que hicieron junto a Lorenzini, marcando uno de los momentos más intensos de la velada.
Luego de regocijarme con lo nuevo de los Chinis, y más aún después de escucharlo muy fuerte y cerquita de ellos, sólo puedo sentir agradecimiento por lo que cursimente nos entrega el arte. Estoy segura que muchas personas se fueron de Matucana 100 con algo removido en su interior después de verlos. Y está bueno que nos reconozcamos en el intento, ya que es tan importante como el resultado.