Periodista especializada en música popular chilena, su libro «Canción Valiente» obtuvo el Premio Municipal a la mejor investigación periodística de 2013, coeditora de la gran enciclopedia de música chilena Musicapopular.cl y organizadora del festival IN-EDIT. Esos son solo algunos de las descripciones que podemos dar de Marisol García, quien acaba de lanzar su nuevo libro titulado «Llora, corazón», una profunda investigación sobre la música sentimentalista en Chile y Latinoamérica.
Con el objetivo de mostrar un subgénero dentro de la música popular que fue muy discriminado por sus pares y por el periodismo -que hasta el día de hoy no se tienen registros de libros ni documentales- es que García comienza a investigar las obras de varios músicos, algunos ya fallecidos, a través de entrevistas y archivos históricos.
La canción romántica, melodramática y sentimental se ve reflejada en esta obra, donde se destacan nombres como Ramón Aguilera, Jorge Farías (único músico chileno, junto a Violeta Parra, en tener una estatua), Luis Alberto Martínez, Palmenia Pizarro, Zalo Reyes, Lucho Gatica y hasta el más reciente fenómeno musical de Mon Laferte.
Una radiografía a un segmento de nuestra historia musical que resaltan a los cantores y cantoras con una afinación perfecta y sentimientos a flor de piel. Y qué mejor que hablar de este libro con su propia autora; Nos contactamos con Marisol García, quien nos contó más sobre este nuevo trabajo de investigación, la diferencia entre lo cebolla y las baladas, y de qué manera ha influído este canto en las nuevas generaciones de músicos chilenos.
«Con una lágrima en la garganta te vi partir
mis ilusiones se destruyeron, pensé en morir
Con una lágrima en la garganta lloré tu amor
y sin saber cómo puede hacerlo te dije adiós»Zalo Reyes, 1979
Entrevista por Cristóbal Galleguillos
¿Por qué consideras importante plasmar en un libro este tipo de música más sentimental?
Ni siquiera hago grandes distinciones con otro tipo de música, la verdad. Es un cancionero popular, muy difundido y conocido, muy querido, y como tal creía que podía tener un relato firme con el que acompañar su desarrollo en Chile. Y a poco haber iniciado el reporteo me di cuenta de que sí, que esa historia estaba, y que mi tarea era registrarla. Creo que dice mucho sobre la canción chilena, sobre nuestra historia reciente, y también sobre nuestros gustos y complejos, por la vergüenza que para algunos ha sido asumir esta sensibilidad destemplada y bohemia entre sus preferencias.
En tu primer libro (“Canción Valiente”), hizo una profunda investigación por el canto social y político en Chile. Si lo llevamos a la canción cebolla en sus orígenes, ¿esta tuvo algo de político en su contenido?
Queda claro que sí en algunos pasajes de este libro. Cito una columna contra el canto cebolla firmada por Patricio Manns en “El Musiquero”, así como el resquemor con el que se encontró Antonio Skármeta por haber puesto en 1973 en la portada de una revista de intelectualidad de izquierda (Quinta Rueda) a Ramón Aguilera. Son dos entre varios ejemplos de cómo en Chile se articuló durante un tiempo la idea de la sensibilidad “popular”; para ciertos grupos, ésta debía comprometerse con procesos de cambio, incluso silenciando para ello su expresión más íntima, que por cierto era diferente a la del activismo estudiantil o partidista. Por otro lado, también para un sector acomodado en Chile la expresión sentimental destemplada es impropia, debe medirse… en eso también hay gestos y sesgos de clase que hablan sobre nuestros complejos sociales y tácitas discriminaciones. En todo eso por cierto hay lecturas sobre nuestra convivencia y orden comunitario en las últimas décadas.
¿Hubo cierto resquemor entre los artistas más “cebollas” y aquellos vinculados a la Nueva Canción Chilena?
En el libro cito la columna “La cebolla es un peligro público”, publicada por Patricio Manns en El Musiquero en 1969, como un modo de alerta ante un canto romántico que entonces se le aparecía como liviano, tonto, descomprometido. En el contexto, se entiende su recelo: eran los años del más vigoroso canto social latinoamericano. Pero también es evidente el desprejuicio y la desconexión: el canto cebolla es pueblo, animado por audiencias y cantores atados a sus dificultades económicas y a un solidario sentido de comunidad. Ramón Aguilera fue un simpatizante socialista que pagó con cárcel una insolencia contra los militares después del Golpe de Estado. Es el tipo de cosas que deben verse en el contexto de esos años, probablemente muy pintorescas ahora, pero por supuesto elocuentes de los debates de los años sesenta.
Dentro del libro señalas que la “canción cebolla”, como pseudo-género musical, nació en Chile hace más de medio siglo. Sin embargo es extraño que, dentro de las principales figuras en sus orígenes, todos muy talentosos por cierto, no existan mujeres. Palmenia Pizarro sea probablemente la mujer más destacada, entre este grupo de cantores. ¿Por qué pasa esto? Según tus investigaciones, ¿había más mujeres haciendo música “cebolla”?
Sí las hay. Hay cantantes que acogen al menos códigos de la cebolla, y al menos parte del cancionero de Palmenia Pizarro, Cecilia y Mon Laferte lo demuestran (en el libro también se menciona a Isabel Adams, asociada a la Nueva Ola). Pero “lo cebolla” está definido por muchos lados, y uno de ellos es la bohemia de bar, de puerto, un mundo en el que es cierto las mujeres no eran protagónicas. Mi libro acoge eso, pero también la relevancia de un cancionero anclado en la cita al vals peruano y el bolero de trío, donde por cierto hubo muchas chilenas al tanto.
¿Cuán importante crees que es la figura de Lucho Gatica para la música latina y mundial? ¿Merece un mayor reconocimiento en Chile?
Fundamental (nivel Torres del Paine, je). Es una figura que Chile debiese tomar como patrimonio de identidad para eso que llaman “imagen-país”, pero que ninguna autoridad parece apurada en acoger como parte de iniciativas más amplias. Sospecho que se debe, de nuevo, al malentendido de que la canción constituye un género creativo “menor”.
En tu libro escribes que muchas veces los artistas que fueron encasillados como “cebollas”, fueron mirados en menos por la prensa de la época, ¿Sientes que todavía pasa esto con los artistas vinculados a la música más romántica?
Claro. Creo que más que “mirar en menos” es perpetuar un malentendido que nace de complejos personales, de nuestra educación sentimental y clasismo instalado en torno a qué constituye “buen y mal gusto”, y toda esa tontera sobre que habría música que debemos escuchar “con culpa”. Hay quienes prefieren guardarse gustos musicales en privado. Como si ocultasen algo inconveniente. El problema es suyo, no de los músicos ni de las canciones.
Según tu investigación, ¿baladistas como Myriam Hernández, Luis Jara o Natalino pueden ser considerados como “cebollas”?
No. En la división de canciones de amor, la balada es todo lo contrario a la cebolla. Es un tipo de canción estandarizada, definida por la industria y atada a sus resultados, inevitablemente medida en letras y arreglos. Por supuesto que en ella también hay talento, pero no el carácter de interpretación, comunión con la audiencia y riesgo personal que sí está y estuvo en quienes investigué para el libro.
Artistas como Mon Laferte, Rulo, Demian Rodríguez, Paz Court, Pascuala Ilabaca o los mismos Los Vásquez que titularon un disco como “Contigo pop y cebolla”, se han encargado de revivir aquella música que abordas en tu libro, como el bolero o el vals peruano, ¿sientes que hay un mayor interés en las actuales generaciones por este tipo de música?
Es que creo que el interés nunca ha decaído. Creo que siempre ha estado, y ha habido más bien un mal cálculo de creer que había que alejarse de ese canto destemplado y melodramático para sumarse a corrientes quizás pop o internacionales. El gusto no sólo por las letras sufridas sino también por géneros como el vals peruano y el bolero popular no ha muerto en Chile hace décadas. Los músicos jóvenes que así lo entienden lo comprueban de inmediato.